EL BLOG DE LAS JORNADAS

sábado, 22 de octubre de 2016

23. PERDIDA- DE INMACULADA CASADO

     Se encontraba perdida entre ríos de sangre con las alas de sus pies que corrían sin avanzar, quería huir de los fantasmas de aquella habitación que la clavaban en la cruz de su destino, sus labios se agrietaban del calor de su propio sufrimiento mientras el feto se debatía entre la vida y la muerte, incrustándosele los dientes del vació sobre el cuello, cuando sus dedos se aferraban al cuchillo manchado por una sangre goteante.
     Ella se sentía morir dentro de un cuerpo vivo, viviendo una vida usurpada,  las imágenes se le agolpaban en la mente, nunca supo porque sabía que esa no era su vida, pero lo sabia. Fue cuando se negó a ella misma cuando sucedió todo, viento, muerte, resurrección, oquedad, y ahora allí en un nuevo circulo concéntrico que siempre volvía  a los mismos recuerdos, lagrimas de niños que se convertían en caramelos, explotaba el silencio el cielo se volvía de luces con risas negras y luego luego…..nada.
     Las migas de su corazón le marcaban un sendero hacia la jaula de su propio yo y entonces el pájaro de su locura le pico los ojos mientras las hormigas de sus minutos se llevaban las migas y ella continuaba buscando la sinrazón de una vida sin Dios.
     Y seguía apretando el cuchillo que clavaba una y otra vez en aquella marioneta sin hilos que había salido de ella y que era ella misma mientras sentía las manos del destino asesino que la estaba ahogando en la esquizofrenia de una hija muerta.
Retorció los trapos del vestido no usado en el capazo con vísceras informes de un bulto de carne que no respiraba mientras las alucinaciones no le permitieron discernir la carne muerta de un alma inocente que nunca debió nacer. Había logrado liquidar aquel existir que se le apodero retorciéndose en su propio exorcismo. Por fin lo había logrado, con su muerte mataba a la no nacida que surgió del apareamiento con el demonio de su soledad, y mientras en sus manos se deshacía su alma los ojos buscaban a su dios de espinas clavadas, que era ella misma, y seguían cayendo luciferes en su mundo que  se deshacía en polvo de cocaína encima de su engendro.






Inmaculada Casado Carrión 

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