Se
encontraba perdida entre ríos de sangre con las alas de sus pies que corrían
sin avanzar, quería huir de los fantasmas de aquella habitación que la clavaban
en la cruz de su destino, sus labios se agrietaban del calor de su propio
sufrimiento mientras el feto se debatía entre la vida y la muerte,
incrustándosele los dientes del vació sobre el cuello, cuando sus dedos se
aferraban al cuchillo manchado por una sangre goteante.
Ella
se sentía morir dentro de un cuerpo vivo, viviendo una vida usurpada, las imágenes se le agolpaban en la
mente, nunca supo porque sabía que esa no era su vida, pero lo sabia. Fue
cuando se negó a ella misma cuando sucedió todo, viento, muerte, resurrección,
oquedad, y ahora allí en un nuevo circulo concéntrico que siempre volvía a los mismos recuerdos, lagrimas de
niños que se convertían en caramelos, explotaba el silencio el cielo se volvía
de luces con risas negras y luego luego…..nada.
Las
migas de su corazón le marcaban un sendero hacia la jaula de su propio yo y
entonces el pájaro de su locura le pico los ojos mientras las hormigas de sus
minutos se llevaban las migas y ella continuaba buscando la sinrazón de una
vida sin Dios.
Y
seguía apretando el cuchillo que clavaba una y otra vez en aquella marioneta
sin hilos que había salido de ella y que era ella misma mientras sentía las
manos del destino asesino que la estaba ahogando en la esquizofrenia de una
hija muerta.
Retorció los trapos del vestido no usado en el capazo con
vísceras informes de un bulto de carne que no respiraba mientras las
alucinaciones no le permitieron discernir la carne muerta de un alma inocente
que nunca debió nacer. Había logrado liquidar aquel existir que se le
apodero retorciéndose en su propio exorcismo. Por fin lo había logrado, con su
muerte mataba a la no nacida que surgió del apareamiento con el demonio de su
soledad, y mientras en sus manos se deshacía su alma los ojos buscaban a su
dios de espinas clavadas, que era ella misma, y seguían cayendo luciferes en su
mundo que se deshacía en
polvo de cocaína encima de su engendro.
Inmaculada
Casado Carrión
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