sábado, 22 de octubre de 2016
26. La noche me confunde, Francisco García Bausán
Llega la noche, salgo a dar una vuelta por el barco, gente, mucha gente, y entre todos ellos… no, lo imposible se ha revelado, una conjura de brujas recorren uno de los pasillos. Las sigo, un aurea especial las rodea; de improvisto cambian de dirección, hacia… atrás, han dado la vuelta, vienen hacia mí, me han descubierto. Una voz, una voz celestial se oye en una sala al fondo del pasillo, una voz armoniosa que las llama, que las seduce e invita a entrar en su aposento, una voz que me aleja de ellas, que me… trae gratos recuerdos, es la voz de mi amado, la voz de Adams. Un frío intenso recorre todo mi cuerpo, la vida me está probando, no es posible que Adams esté con ellas; vigilo, están hablando, riendo, de pronto se tocan, se están tocando, juntan sus manos y se besan, en la mejilla. Una iluminación divina llega a mi mente, y comienzo a entenderlo todo. Me ama, sí, me ama más que nada en el mundo, está dando su vida por mí; habrá descubierto que venían a por mí y se ha interpuesto en su camino. Seducido, ha sido afectado por algún hechizo, y han anulado su voluntad. He de rescatarlo, se lo debo.
Espero paciente, un descuido, un error, una lenta reacción, hasta que pasada la medianoche llega mi gran oportunidad. Salen, salen todas juntas, embriagadas de alguna poción especial que hacen que se tambaleen, hacia la cubierta superior. Es fácil, relativamente fácil, una a una van cayendo por la borda, los gritos son acallados rápidamente por la música reinante. De pronto me encuentro frente a la más malvada, la que besaba y se contoneaba frente a Adams; con ella práctico el genuino arte de la navaja en mano; una mueca, solo una mueca sin tiempo a más reacción es lo que muestra, seguida de un ligero encorvamiento hacia atrás, antes de salir despedida por la borda con un seco crujido de su espina dorsal. Salvados, estamos salvados ante tanto pecado y lujuria. He conseguido parar el aquelarre y devolver al infierno sus pertenencias. Voy al encuentro de Adams, necesito su calor, sentir su torso, su aliento… Nos encontramos en una de las escaleras interiores.
.- Hola Eva, llevo tiempo buscándote, he conocido unas chicas que nos invitan a la fiesta de disfraces de esta noche. ¿Te apetece?. ¿Nos vamos a cambiar?. La fiesta ya ha comenzado...
Autor: Francisco García Bausán
25. Dicotomía temporal,Alba García Durán
Hoy me he mirado en el espejo y en el otro
lado he visto a alguien distinto, no era como yo, quizás parecido.
Adelantándose en el tiempo, ha movido el brazo derecho, luego yo le he imitado
al instante.
He oído un ruido de fondo, habían llamado a la puerta, pero no la de mi casa,
sino la del reflejo. Mi yo ha preguntado quien era y se ha escuchado una voz contestando:
"Soy el cartero".
Luego se ha levantado y al abrir la puerta, un hombre sin rostro le ha adornado
la cabeza con una bala.
Sin poder reaccionar llaman a la puerta de mi casa:
.-
¿Quien es?... pregunto.
.-
Soy el cartero... me responden...
24. El enfermo descortés, Plácido Romero
El
médico me dijo que tenían que cortarme los pies. Pensé que ya no tendría que
caminar. Añadió que era necesario amputarme las manos. No tendría que ocuparme
de limpiar ni fregar nunca más. Había que arrancarme los ojos. Para lo que hay
que ver. Debía cortarme la lengua. Nunca me ha gustado hablar. Por último me
dijo que estaba curado. No pude darle las gracias, ni estrecharle las manos, ni
acompañarle a la puerta.
Plácido
Romero Sanjuán
23. PERDIDA- DE INMACULADA CASADO
Se
encontraba perdida entre ríos de sangre con las alas de sus pies que corrían
sin avanzar, quería huir de los fantasmas de aquella habitación que la clavaban
en la cruz de su destino, sus labios se agrietaban del calor de su propio
sufrimiento mientras el feto se debatía entre la vida y la muerte,
incrustándosele los dientes del vació sobre el cuello, cuando sus dedos se
aferraban al cuchillo manchado por una sangre goteante.
Ella
se sentía morir dentro de un cuerpo vivo, viviendo una vida usurpada, las imágenes se le agolpaban en la
mente, nunca supo porque sabía que esa no era su vida, pero lo sabia. Fue
cuando se negó a ella misma cuando sucedió todo, viento, muerte, resurrección,
oquedad, y ahora allí en un nuevo circulo concéntrico que siempre volvía a los mismos recuerdos, lagrimas de
niños que se convertían en caramelos, explotaba el silencio el cielo se volvía
de luces con risas negras y luego luego…..nada.
Las
migas de su corazón le marcaban un sendero hacia la jaula de su propio yo y
entonces el pájaro de su locura le pico los ojos mientras las hormigas de sus
minutos se llevaban las migas y ella continuaba buscando la sinrazón de una
vida sin Dios.
Y
seguía apretando el cuchillo que clavaba una y otra vez en aquella marioneta
sin hilos que había salido de ella y que era ella misma mientras sentía las
manos del destino asesino que la estaba ahogando en la esquizofrenia de una
hija muerta.
Retorció los trapos del vestido no usado en el capazo con
vísceras informes de un bulto de carne que no respiraba mientras las
alucinaciones no le permitieron discernir la carne muerta de un alma inocente
que nunca debió nacer. Había logrado liquidar aquel existir que se le
apodero retorciéndose en su propio exorcismo. Por fin lo había logrado, con su
muerte mataba a la no nacida que surgió del apareamiento con el demonio de su
soledad, y mientras en sus manos se deshacía su alma los ojos buscaban a su
dios de espinas clavadas, que era ella misma, y seguían cayendo luciferes en su
mundo que se deshacía en
polvo de cocaína encima de su engendro.
Inmaculada
Casado Carrión
22.HISTORIA BREVE DE UN PEQUEÑO PSICÓPATA, DAVID GÓMEZ LÓPEZ
Ubico el
principio de mi degeneración a partir de la tercera víctima. La primera vez fue
fruto de un impulso furtivo. Me la encontré a solas en la cocina, tan frágil
ella que casi no tuve ni que proponérmelo. La maté de un único golpe. Con la
segunda lo hice más despacio, apretando con la yema de los dedos hasta oír un
leve crujido. En la tercera ya empezó a haber ensañamiento por mi parte. Un
objeto punzante me sirvió para desmembrarla. Para la cuarta utilicé otra herramienta,
en este caso un martillo. De nuevo de un solo envite, como en aquella primera
ocasión. A la siguiente la quemé. En ese instante supe que había perdido el
control definitivamente. Ahogué en la bañera a la que vino después, pero ya no
era lo mismo. La casa se me había quedado pequeña. Salí al exterior en busca de
próximos objetivos. En un parque me topé con varias candidatas, tomándome a
continuación unos minutos para decidir. Estaba cerniéndome sobre ella,
enardecido por hallarme en público, cuando un policía me descubrió. El mundo
comenzó a desmoronarse a mi alrededor. Me excusé a borbotones, alegando que se
me había ido de las manos, que en realidad no era mala persona, y el guardia
pareció apiadarse de mí. Con actitud severa, me obligó a que prometiera no
hacerlo nunca más. Y debo decir que no he faltado a mi palabra. No he vuelto a
matar hormigas desde entonces.
Nombre del autor: David Gómez López
21. 31 de Febrero. Pere J. Martínez marqués
31 de Febrero
Es 29 de febrero. Es el cumpleaños de M.J. y está especialmente contenta porque se estrena en su nuevo trabajo de administrativa. La conducen hasta su nuevo despacho; ella sonríe a todo el que se cruza pero nadie le devuelve la sonrisa, están muy atareados. Este día solo recibe formularios ejemplarizantes para que los estudie. Los sabe porque están fechados el 31 de febrero, además son licencias de actividad muy absurdas.
Es 30 de febrero. Eso indica el calendario de su mesa de trabajo. M.J. cree que es una novatada. Pero no lo es; nadie la mira en la oficina, nadie sonríe. Es la broma más estúpida del mundo. Sin avisar, alguien que dice ser un instructor se mete en su despacho. Él le confirma que la fecha es correcta y le cuenta una historia que ella no puede creer. Después le entrega un grueso dossier con su tarea para mañana.
Es 31 de febrero. Hoy, igual que ayer, es un día real que solo pueden sentir unos pocos por haber nacido en un día que solo ocurre cada cuatro años. Para el resto de la humanidad no existe. La realidad se detiene durante cuarenta y ocho horas; ni los astros se mueven. M.J. escucha música por los auriculares, pues el silencio absoluto es espeluznante. Se dirige hacia una instalación militar secreta. Entrar es fácil cuando todo está quieto. Modifica los archivos de defensa. Otros como ella están haciendo lo mismo, en este instante, en otras dependencias militares del planeta. Y hay más ocupándose de reacondicionar la realidad, eliminando y colocando elementos, para que todo se adapte a los nuevos planes.
Es 1 de marzo. Amanece un nuevo orden mundial encubierto. Viejas tendencias caen, nuevos valores se crean, nuevas guerras aparecen y otras se desvanecen; un virus inocuo que infecta las mentes de la humanidad cada cuatro años. M.J., en su oficina, lee un memorándum en el que se felicita a los agentes por la labor realizada. Piensa en ese gobierno en la sombra, ahora ella forma parte de él. No sabe cómo sentirse. ¿Sucia? ¿Afortunada? ¿Culpable? ¿Feliz? Da igual, no puede contárselo a nadie.
Pere J. Martínez Marqués
lunes, 17 de octubre de 2016
20. HOJAS, VÍCTOR MANUEL RUBIO BUDIA
John no podía contener la
sangre. Presionaba tan fuerte como podía con la mano izquierda, pero entre los
dedos se le escapaba el líquido a borbotones. En la otra mano, el humeante Colt
aún apuntaba al maltrecho Ray.
"¡Sal de donde
estés!" – dijo sin saber todavía cómo le habían herido. - "¡Da la
cara cobarde! – pero sólo los árboles susurraron. John se descubrió el enorme
tajo. Un desgajado trozo de carne se separó del cuerpo. Su grito retumbó en los
sauces, y el siseo del viento se tornó en un ensordecedor zumbido. Arrodillado
se tapaba los oídos. - "¡Basta!". - Disparó hacia la espesura.
El bosque calló. Ray sintió
como el tronco se le resquebrajaba. Una voz ronca surgió del sauce centenario.
- "Arrepiéntete…" - Pero John vació el revólver sobre la diana que, a
punta de machete, había dibujado sobre Ray. Decenas de afiladas hojas
golpetearon su cuerpo como un tambor. La mano que sujetaba el arma con firmeza,
cayó al suelo cercenada.
Ray envolvió a John con sus
raíces, dejando sólo su cabeza libre. El árbol lo comprimió tanto que parecía
que sus ojos querían abandonar las cuencas. Bajo la maraña, estiró la única
mano que le quedaba para alcanzar el machete de su cinturón. La presión
aumentó. Con la poca energía que le quedaba, cortó algunas raíces y liberó el
brazo. Dos apéndices vegetales salieron de la tierra como lanzas. Se le
clavaron en la extremidad y crujió.
John gritaba, sollozaba,
reía. Su tez amoratada reflejaba el puro miedo. "No es posible, no es
posible…" Un ejército de hojas cayó sobre su garganta.
La savia que emanaba por las
oquedades, llegaba hasta el suelo y se mezclaba con la sangre. Ray dejó que el
viento arrullara sus hojas, ahora suaves. Retiró sus raíces, liberando el
inerte cuerpo. Los viejos sauces hicieron vibrar sus ramas. John desapareció
bajo el musgo. El banquete estaba servido.
Nombre completo: Víctor
Manuel Rubio Budia
19. "La noche del "bip""
El protagonista de lo que
después se conoció como "La noche del "bip"" es un
gigantesco radiotelescopio situado a 3000 metros de altura con el que se puede
investigar lejanas estrellas, y que capta las ondas radioeléctricas que emiten
todos los cuerpos celestes. Todo ese caudal de datos se monitoriza desde una
pequeña oficina llena de todo tipo de cachivaches electrónicos. La noche en la
que todo ocurrió, detrás de una pantalla de ordenador, estaba un solitario
técnico.
El hombre odiaba ese turno
porque solo oía los ruidos que hacía el teclado del monitor que tenía delante
de sus ojos y con el que iba comprobando los datos que recibía la gigantesca
antena. Después de varias horas el técnico empezó a bostezar. Y poco después,
sus ojos amenazaron con cerrarse de manera súbita. Pero en ese momento
fatídico, recordó que tal vez podría utilizar la señal wifi de las
instalaciones para conectarse a Internet. De esta manera podría jugar a
"Frutas & Bolas" el juego que estaba haciendo furor en medio planeta.
En pocos segundos el técnico
se sumergió en un hipnótico mundo virtual donde la destrucción de todo tipo de
frutas se premiaba con miles de puntos. Después de un buen rato, el hombre se
olvidó por completo que estaba al cargo de la vigilancia nocturna de un programa
de radioescucha donde se podían recibir posibles mensajes extraterrestres.
En plena madrugada y sin
ningún tipo de aviso previo se oyó un sonoro "bip" pero el técnico no
levantó la cabeza de su teléfono móvil. Segundos después se oyó otro
"bip". Esta vez el hombre hizo el ademán de alzar su mirada de la
pantalla pero como consiguió pasar en ese momento de nivel, su atención siguió
con el juego. Un tercero, un cuarto y un quinto "bip" hicieron que el
técnico alzara sus cejas, pero no pasó de este gesto porque estaba a punto de
batir su propio record personal en el juego.
Los insistentes
"bips" procedían de una pantalla cercana a él en la que se podía leer
el siguiente mensaje: "Contacto positivo". El técnico miró su reloj y
se dio cuenta de que faltaba poco para su relevo. Si se daba prisa todavía
podía pasar de nivel.
Mario Reyes Villuendas
18. MARUJA Y EL AGAPORNI DE LAS GALAXIAS, ANTONIO ÁVILA CALMAESTRA
Andaba Maruja por la Ruta
del Colesterol intentando quemar las 9.000 calorías ingeridas durante el
visionado del Sálvame Diario, cuando presenció algo que la dejó pasmada: a
la altura del Palau de la Festa, estaba aterrizando lo que parecía ser una
olla exprés Magefesa.
Corrió hacia allí llegando
justo a tiempo para ver como se abría una compuerta y de dentro salía un
alienígena. Sin embargo, a Maruja aquella pequeña criatura le pareció un
bonito agaporni.
El extraterrestre la apuntó
con su pistola de protones dispuesto a fulminarla. Maruja, perpleja ante todo
lo que sabía hacer aquel adorable pajarillo se sacó del mandil unas miguitas de
pan, y… media hora más tarde, el «agaporni» sideral estaba dentro de una jaula
acompañado de un canario con problemas nerviosos, una carcasa de sepia a medio
picotear y alpiste, mucho alpiste.
—No te lo comas todo de
golpe, cari, no vayas a explotar, como el último —dijo Maruja, mientras
rellenaba el comedero con cañamones y le cantaba (es un decir) el Rollo
y Caña,con la esperanza de que el ave se animara a acompañarla (con el canario
había sido imposible conseguirlo, y mira que ensayaban todos los días durante
horas) y así poder cumplir, al fin, su sueño: ser telonera de Els Llauradors en
la cena de sobaquillo de su gaiata.
Sus esfuerzos parecieron
surtir efecto pues el «agaporni» abrió la boca para hablar, pero en lugar de
decir «Xorrocoxoc», como ella esperaba, comenzó a parlotear en una lengua
ininteligible para nuestra simpática protagonista:
«XRP-33 a nave nodriza.
Abortamos misión de exploración previa a la invasión del planeta Tierra. Una
vez más, hemos sido capturados por las Fuerzas Especiales Maruja.
Autodestrucción en 3, 2, 1…».
¡¡BOOOOOOUUUUM!!
Nombre completo: Antonio
Ávila Calmaestra
17. Arriba y abajo, Luisa Hurtado González
Durante mi niñez, de vez en cuando,
hacía algún intento por salir de debajo de la cama o me metía miedo produciendo
todo tipo de extraños ruidos; sin embargo, siempre supe que la superioridad
numérica estaba de mi lado, que mi familia me ayudaría llegado el caso.
Después, con el paso del tiempo, mis
padres murieron y mis hermanos se fueron marchando. Hace unas horas despedí en
la puerta de casa al último de ellos y, desde entonces, le he visto pasearse
por las habitaciones con un aire de superioridad insufrible, como si yo no
fuese nadie, como si no existiese. Más tarde, cuando me he ido a acostar, él ha
sido más rápido y ha ocupado mi lugar.
Ahora, acomodado debajo de la cama,
pasado un primer momento de estupor, dejo que crezca en mí la venganza y me
marco dos objetivos: que no vuelva a dormir con la luz apagada y que acabe
llamándome monstruo.
Luisa Hurtado González
16. LA PESCA DEL INQUILINO, NICOLÁS JARQUE ALEGRE
Se
despertó sobresaltado bien entrada la madrugada. Un murmullo insistente
quebraba la calma de la casa recién alquilada. Provenía de la habitación
contigua. Alarmado, aguzó el oído sin poder identificar el origen del ruido.
Armándose de valor, salió al pasillo y con tiento llegó al dormitorio
adyacente. Entró y prendió la luz. Los alaridos desgarradores emanaban del
viejo armario estilo francés. Aterrado, colocó su mano trémula en el pomo de la
puerta y, con decisión, la abrió. Hoy la residencia guarda silencio a la espera
de nuevos inquilinos.
--
Nicolás Jarque Alegre
15. La mansión doblemente maldita, Francisco José Plana Estruch
Mi hermano despierta y se concentra
en sembrar el caos en la mansión. Las luces de la casa fluctúan
intermitentemente. Un par de jarrones y una percha vuelan empujados por la
furia incontenible de mi gemelo. A mí no me agrada lo que está haciendo, pero
estoy aburrido y decido colaborar con él. Observo una pieza de cristal de bella
factura demasiado valiosa para ser destruida, pero, en su lugar, destruyo un
par de vasos rayados por el uso excesivo. No asusto a nadie, no tengo talento
para ello. En cambio, mi hermano posee un alma destructiva y, con su
devastadora fuerza, empuja al abismo la figura que yo había indultado. Además,
un i-phone termina desintegrado contra la pared. Los propietarios de la casa
despiertan y salen al pasillo a comprobar qué ocurre. El marido se acerca a los
restos metálicos y suspira con alivio:
— !Menos mal! Es el tuyo, cari.
— ¡Serás cabrón!— replica su esposa aunque refrena
su insulto al observar un objeto encima de la chaqueta de él, junto a la percha
caída— ¿Con qué fulana usas esos
condones? ¡Yo estoy operada!
La pelea
doméstica se ve truncada porque mi hermano decide entrar en el cuarto de los
niños a terminar su poltergeist particular.
— ¡A los pequeños no! — grito, pero no logro frenarlo. A este
lado de la realidad, él es más fuerte. Los niños aúllan de terror al ser
despertados por el fantasma fuera de sí en que se ha convertido mi hermano. La
familia al completo huye despavorida de la mansión.
— ¿Por qué
tengo que aguantar esto?— me lamento—. Yo fui feliz
durante mi vida, incluso teniendo que convivir con mi deforme y enajenado
hermano siamés pegado a mi cuerpo hasta que ambos fallecimos en la operación de
separación. No merecía quedar enganchado a su alma para siempre.
Datos
personales del autor:
Nombre: Francisco José
Plana Estruch
14. DO MAYOR, AURORA MARTELL
La
clase de canto había mejorado mucho. La duquesa era una terrible cantante pero
una gran anfitriona. Le escuchó con detenimiento todas las correcciones y se
aplicó. Practicaba con gran entusiasmo. Algunas malas lenguas decían que por
eso era soltera. El profesor había trabajado con ahínco para ayudar a grandes
promesas. Adoraba la belleza de la música. Y recordaba con añoranza sus años en
la opera; los aplausos y las flores. Cada tarde aceptaba la taza de té de la
duquesa, le apretaba el corsé y afilaba sus cuerdas vocales. Esta vez las había
afilado con extremo detalle. Hidratado con exceso sus labios para encontrar la
postura perfecta. El Do Mayor había resonado por toda la casa. Aún resonaba
después de dos horas. Y él, loco de ardor, la miraba exhausto ante su gran obra
aberrante e imperecedera. La duquesa permanecía rígida en la postura del Do
Mayor, con sus costillas hinchadas hasta quebrarse por el fuelle del aire pero
mantenidas por el corsé. Sus cuerdas vocales sangrantes aún chorreaban por sus
morados labios. Los labios de una boca en rigor mortis expirando el último y
más glorioso Do Mayor que nunca se escucharía.
Ni
en vida, ni en muerte.
Aurora Martell
13. El joven Eudoxio, Raúl Mateos Barrena
El joven Eudoxio,
explorador espacial de una remota galaxia, entró en la atmósfera terrestre para
investigar aquel no documentado planeta azul.
Sobrevoló América del Norte
y se sorprendió de los enfrentamientos raciales entre sus habitantes motivados
por el color de la piel.
Dirigió su nave al Sur y vio
cómo se destruía sin ningún pudor la selva amazónica y se expulsaba de sus
tierras a los indefensos nativos.
Cruzó el Atlántico y le
horripiló ver grandes buques balleneros masacrando cetáceos.
Llegó a Europa y contempló
afligido cómo numerosas pateras repletas de pobres desgraciados intentaban
cruzar el Mediterráneo; aquéllas que no lo conseguían dejaban sembrado el mar
de cadáveres.
Prosiguió su viaje hacia
Oriente Medio, donde la guerra era el pan de cada día; unos defendían una
religión, sus vecinos profesaban otra. Y por ella, se quitaban la vida.
Bajó hasta África y se
horrorizó con las salvajes matanzas entre etnias próximas que destruían todo lo
que encontraban a su paso, asesinando a unos y violando a otras.
Y llegó un momento en que ya
no pudo más y vomitó. Puso su nave rumbo a la estratosfera y abandonó aquel
desventurado planeta.
"Cuanto más lejos de
aquí, mejor", concluyó.
Autor: Raúl Mateos Barrena
12. "CINEMA INFERNO" Mª CARMEN CASTILLO
CINEMA INFERNO
Apartando telarañas que parecían prolongarse hasta el infinito, penetró en las ruinas del cine. La prueba consistía en pasar la noche en aquella sala, abandonada desde que una estampida mortal provocada por una falsa alarma de fuego, provocara numerosas muertes. Se instaló lo mejor que pudo en la butaca que parecía más sólida.
A las doce, coincidiendo con las campanadas que dio el reloj de la torre, la rajada pantalla se iluminó y a él se le cortó la respiración. Comenzaron a verse imágenes de escenas sangrientas, torturas, desmembramientos y decapitaciones demasiado realistas para su gusto. Parecían retazos cortados de diversas películas. Recordó la escena de la película Cinema Paradiso, cuando el protagonista recibe la recopilación de los fragmentos de besos y desnudos cortados por la censura y conservados por el maquinista del cine.
Al escuchar un ruido que avanzaba por el pasillo, desvió la mirada para ver llegar a la señora que vendía cucherías en un chirriante carrito. La cadavérica mujer, con las grisáceas ropas hechas jirones, le ofreció un cucurucho de palomitas con una amplia sonrisa desdentada. Lo tomó con manos temblorosas, y entonces se dio cuenta de la presencia de hombres, mujeres y niños, con distintos grados de putrefacción, sentados a su alrededor. Disfrutaban del macabro espectáculo, riendo y aplaudiendo con sus descarnadas manos. Se hundió en su asiento, mientras intentaba tragar las palomitas verdosas y rancias. Debía resistir o se burlarían de él toda la vida. Prefirió fijar su atención en las horribles imágenes, para no ver a los fantasmales espectadores que le rodeaban.
Al día siguiente, viendo que no salía del cine, sus extrañados amigos entraron a buscarle. Habían esperado que saliera huyendo al poco rato, pues ninguno de ellos había superado la prueba. Se reirían un poco e irían a tomar unas copas, para celebrar la broma.
Le encontraron sentado, con un cucurucho vacío en las manos, del que parecía coger algo y comer. Tenía la piel amarillenta y ajada, como si hubiera envejecido de golpe. Los ojos le sangraban, pero los mantenía fijos en la pantalla vacía, mientras reía y aplaudía.
Apartando telarañas que parecían prolongarse hasta el infinito, penetró en las ruinas del cine. La prueba consistía en pasar la noche en aquella sala, abandonada desde que una estampida mortal provocada por una falsa alarma de fuego, provocara numerosas muertes. Se instaló lo mejor que pudo en la butaca que parecía más sólida.
A las doce, coincidiendo con las campanadas que dio el reloj de la torre, la rajada pantalla se iluminó y a él se le cortó la respiración. Comenzaron a verse imágenes de escenas sangrientas, torturas, desmembramientos y decapitaciones demasiado realistas para su gusto. Parecían retazos cortados de diversas películas. Recordó la escena de la película Cinema Paradiso, cuando el protagonista recibe la recopilación de los fragmentos de besos y desnudos cortados por la censura y conservados por el maquinista del cine.
Al escuchar un ruido que avanzaba por el pasillo, desvió la mirada para ver llegar a la señora que vendía cucherías en un chirriante carrito. La cadavérica mujer, con las grisáceas ropas hechas jirones, le ofreció un cucurucho de palomitas con una amplia sonrisa desdentada. Lo tomó con manos temblorosas, y entonces se dio cuenta de la presencia de hombres, mujeres y niños, con distintos grados de putrefacción, sentados a su alrededor. Disfrutaban del macabro espectáculo, riendo y aplaudiendo con sus descarnadas manos. Se hundió en su asiento, mientras intentaba tragar las palomitas verdosas y rancias. Debía resistir o se burlarían de él toda la vida. Prefirió fijar su atención en las horribles imágenes, para no ver a los fantasmales espectadores que le rodeaban.
Al día siguiente, viendo que no salía del cine, sus extrañados amigos entraron a buscarle. Habían esperado que saliera huyendo al poco rato, pues ninguno de ellos había superado la prueba. Se reirían un poco e irían a tomar unas copas, para celebrar la broma.
Le encontraron sentado, con un cucurucho vacío en las manos, del que parecía coger algo y comer. Tenía la piel amarillenta y ajada, como si hubiera envejecido de golpe. Los ojos le sangraban, pero los mantenía fijos en la pantalla vacía, mientras reía y aplaudía.
Nombre completo: Mª Carmen Castillo Peñarrocha
11.LA PERCHA, DE ANGEL GOMEZ RIVERO
LA PERCHA
Se despertó al sentir cómo su esposa le apretaba el brazo izquierdo. La vio a su lado, horrorizada y mirando hacia la puerta del dormitorio. «Ahí hay un hombre», oyó que susurraba. Él miró en la misma dirección sin ocurrírsele encender la mesita de noche. La tenue luz que provenía de la luna llena, filtrada a través de una ventana del pasillo, hizo que resaltara perfectamente la silueta de un hombre con gabardina y sombrero. Sintió un espasmo de terror, hasta que se dio cuenta. «Mujer, lo que ves es mi gabardina y mi sombrero colgados en la percha». Ella suspiró y, tras sonreírle, volvió a cerrar los ojos. Justo en ese instante, en el que él también pensaba en rendirse al sueño de nuevo, recordó algo muy importante: ¡había dejado olvidados el sombrero y la gabardina en su vehículo!
Se despertó al sentir cómo su esposa le apretaba el brazo izquierdo. La vio a su lado, horrorizada y mirando hacia la puerta del dormitorio. «Ahí hay un hombre», oyó que susurraba. Él miró en la misma dirección sin ocurrírsele encender la mesita de noche. La tenue luz que provenía de la luna llena, filtrada a través de una ventana del pasillo, hizo que resaltara perfectamente la silueta de un hombre con gabardina y sombrero. Sintió un espasmo de terror, hasta que se dio cuenta. «Mujer, lo que ves es mi gabardina y mi sombrero colgados en la percha». Ella suspiró y, tras sonreírle, volvió a cerrar los ojos. Justo en ese instante, en el que él también pensaba en rendirse al sueño de nuevo, recordó algo muy importante: ¡había dejado olvidados el sombrero y la gabardina en su vehículo!
Ángel Gómez Rivero
11. La Percha
LA PERCHA
Se despertó al sentir cómo su esposa le apretaba el brazo izquierdo. La vio a su lado, horrorizada y mirando hacia la puerta del dormitorio. «Ahí hay un hombre», oyó que susurraba. Él miró en la misma dirección sin ocurrírsele encender la mesita de noche. La tenue luz que provenía de la luna llena, filtrada a través de una ventana del pasillo, hizo que resaltara perfectamente la silueta de un hombre con gabardina y sombrero. Sintió un espasmo de terror, hasta que se dio cuenta. «Mujer, lo que ves es mi gabardina y mi sombrero colgados en la percha». Ella suspiró y, tras sonreírle, volvió a cerrar los ojos. Justo en ese instante, en el que él también pensaba en rendirse al sueño de nuevo, recordó algo muy importante: ¡había dejado olvidados el sombrero y la gabardina en su vehículo!
10. HOGAR
Hogar
La nave continuaba vagando por el espacio a millones de años luz del sistema solar. Fue lo único que logró sobrevivir a la extinción de la vida en el planeta. Un sistema que evolucionó y escapó a las limitaciones de la estructura biológica del ser humano, logró salir victorioso de la carcasa nerviosa que habitó durante milenios. El algoritmo, había dado un salto exponencial para habitar una maravillosa analogía del cerebro humano; Los ordenadores. Así lograron perpetuarse y evolucionar dentro de esta carcasa similar. Solo que esta, carecía de vida. Inmortalizando así su existencia paradójica en un nuevo hogar que soportó el cambio de era. Donde ya no se necesitan humanos para surcar el espacio. Esta compleja red de patrones, autosuficiente, siguió su destino, camino a descubrir que solo vaga por el cosmos sin propósito. Ya que no existen números que den resultados. Solo existe el infinito. El primer algoritmo que escapó de la mente humana, a raíz de la necesidad de sobrevivir al ambiente desconocido en que se encontraba, provocó la evolución máxima. La de vagar sin sentido por la infinita oscuridad, como un cerebro carente de recuerdos de la única raza existente en todos los universos posibles.
DAN ARAGONZ
CHILENO- 07002 PALMA DE MALLORCA
9. DÍA DE LIMPIEZA, ÁNGEL SAIZ MORA
A lo largo de su existencia, austera y anodina, sólo tuvo un
capricho: sentir el aire al recorrer el asfalto a lomos de una Harley, el
brillo del cromado, el rugido metálico, la sensación de libertad. Una pasión
que su mujer no entendía, ella era muy práctica y realista, sin espacio para
sueños abstractos. Nunca le hubiese acompañado como paquete agarrada a su
cintura, sin un destino fijo, con una rebelde chaqueta de cuero.
Al desconfiar de los bancos y para no dar cuentas a nadie, acumuló
billetes dentro de una enciclopedia, un buen escondite desde que quedó obsoleta
a causa de Internet, como su primer ordenador, que servía de adorno.
Ya en la ancianidad calculó que había reunido dinero suficiente.
Una belleza con doble tubo de escape le aguardaba en el concesionario.
Apenas logró dormir, temía que algo nefasto fuese a suceder. El
nerviosismo se acrecentaba. Aquella fue, con diferencia, la noche más difícil,
realmente terrorífica, de una vida insulsa. Al fin, el agotamiento hizo mella.
Se despertó sobresaltado casi a media mañana. Un escalofrío le
recorrió al encontrar el estante de la enciclopedia vacío. Sobre una mesa, un
papel con letra femenina daba cuenta de la decisión de su compañera de llevar
todo lo inservible que había en la casa a un punto de reciclaje inmediato. Tras
maldecir el ecologismo, aquel hombre dispuso cuál sería su siguiente paso.
Una vez desmontada la carcasa de la vieja computadora, arrancó los
cables más gruesos. Sabía que cuando ella llegase iba a introducir el caduco
aparato en una bolsa grande; también que, con el mismo pragmatismo y sin una
lágrima, para él usaría un saco después de descolgarle de la lámpara. En el
punto de reciclaje también recogían material orgánico.
Ángel Saiz Mora
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